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En esta sección aparecerán los artículos relacionados con el SEAFI aparecidos en la revista SALUTMANIA.

Artículo publicado en el núm. 17 de la revista Salutmania

Escuela de familia

La importancia del juego

El juego es una actividad fundamental para el desarrollo del niño, hasta el punto de que es capaz de influir tanto en la capacidad posterior para adquirir nuevos aprendizajes como en la adaptación a la sociedad en la que vive.

Jugando se desarrolla la imaginación, el razonamiento, la observación, la asociación y comparación, la capacidad de comprensión y expresión, contribuyendo así a una formación integral.

Podemos decir que el juego es un recurso creador, tanto en el sentido físico (interviene en el desarrollo sensorial, motor, muscular, psicomotriz, etc.) como en el sentido mental (el niño pone a trabajar todo el ingenio e inventiva que tiene, la originalidad, la capacidad intelectiva, la creatividad, etc.). El juego tiene además un claro valor social, ya que contribuye a la adquisición de un conocimiento más realista del mundo. Mediante el juego, los niños exploran y controlan el entorno, los objetos, personas, animales e incluso sus propias posibilidades y limitaciones mientras aprenden normas sociales y se preparan para la vida adulta.

Podemos definir al niño como "un profesional del juego", ya que a él dedica todos sus esfuerzos. Para jugar no necesita gran cosa: con una caja, una cuchara, cubos y papel puede pasar horas. El juguete no es más que un instrumento para realizar un juego determinado. No es indispensable para jugar ya que el niño o la niña puede conseguir con su imaginación un mundo de fantasía sin necesidad de nada más. Asimismo, podemos decir que para el pequeño todos los rincones del planeta son aptos para jugar (el coche, la mesa, la cama, un banco de la calle, etc.).

Teniendo en cuenta esta necesidad de los niños, los padres han de planear juegos y espacios para jugar allá donde estén. No hay que imponer a lo que han de jugar, sino tenerles preparadas algunas alternativas o sugerencias. Los niños deben escoger libremente sus juguetes, los padres sólo han de intervenir cuando se elige un juguete no adecuado a la edad o nivel de desarrollo. Hay que recordar que el juguete más caro no es siempre el mejor y que no hay que acumular juguetes; los padres han de tratar de no formar una actitud consumista en los hijos. Además, han de saber que los juguetes no enseñan a jugar, sino que han de ser los propios padres quienes lo hagan aprovechando actividades conjuntas con los hijos llenas de afectividad, paciencia y comprensión.

También es importante enseñar a los hijos a compartir los juguetes con los amigos y posibilitar el contacto grupal con otros niños.

Indistintamente, tanto el padre como la madre han de jugar con los hijos y las hijas y aprovechar el juego como una actividad que agrupe a todos los miembros de la familia para pasarlo bien.

En cuanto a la elección de los juguetes, daremos algunas orientaciones básicas que pueden ayudarnos a la hora de escoger. Pero recordemos también que cada niño es un mundo, con muchas diferencias entre unos y otros que, además, aumentan con la edad.

De forma general podemos decir que hasta los 6 meses de vida los niños necesitan juguetes que les ayuden a descubrir su cuerpo y a distinguir diferentes texturas, formas y colores. Por ejemplo, los móviles de cuna, mantas de actividades, sonajeros, mordedores, etc., juguetes que provoquen un estímulo de los sentidos, el movimiento y la afectividad.

De 7 a 12 meses, los niños comienzan a explorar los objetos y a reconocer las voces. Pelotas, muñecos de trapo, juguetes sonoros, andadores, tentetiesos y balancines son adecuados a esta edad.

De 13 a 18 meses los niños ya saben andar y reconocen las propiedades de los objetos. Los cubos para encajar y apilar y las bicicletas de tres ruedas y coches para arrastrarse les resultan muy atractivos.

De 19 a 24 meses el niño comienza a hablar y comprende, comienza a descubrir el entorno. Ahora ya es capaz de jugar con coches, pizarras, pintura, instrumentos musicales, muñecos y animalitos, módulos de gomaespuma, etc.

De 2 a 3 años el niño ya tiene curiosidad por los nombres e imita escenas familiares y profesiones. Es hora de jugar con triciclos, palas y cubos, rompecabezas, teléfonos, utensilios de carpintero, médico o cocinero, etc.

De 3 a 5 años el niño comienza a hacer preguntas, aprender canciones y jugar con sus amigos. Ahora ya disfruta con bicicletas, magnetófonos, cuentos, marionetas y muñecos articulados.

De 6 a 8 años el niño sabe sumar y restar, leer y escribir. Ya le gustan los monopatines, los coches teledirigidos, los juegos manuales, de preguntas y respuestas y de experimentos.

De 9 a 11 años se interesan por actividades complicadas como los juegos de estrategia, audiovisuales, electrónicos y experimentos.

A partir de los 12 años, de forma paulatina van desapareciendo las ganas de jugar y van construyendo su propia identidad. Llega el momento de interesarse por la música, los libros y los videojuegos.

Como conclusión cabe decir que el mejor regalo que pueden hacer los padres y madres a sus hijos es jugar y, como ya hemos visto, no sólo por la satisfacción que eso significa. Vivimos en una época en que la mayoría de los padres y madres no tienen demasiado tiempo para los hijos y en que el niño pasa más tiempo fuera de casa que antes. El juego se puede aprovechar para ampliar el campo de acción de las relaciones entre padres, madres e hijos. Jugar equivale a conocerse mejor, dialogar y establecer lazos entrañables entre los miembros de la familia.

Artículo publicado en el núm. 25 de la revista Salutmania

Escuela de familia

Adolescencia: el diálogo imprescindible

Todos sabemos que la adolescencia es una etapa difícil en la vida de todo ser humano caracterizada, principalmente, por los cambios rápidos que se producen en el cuerpo y en la mente. Aún así, cuando nuestros hijos llegan a la adolescencia, a los padres nos resulta complicado entenderlos, comprender por qué actúan de diferente forma a como lo venían haciendo, y la convivencia muchas veces se hace dura y conflictiva.

Tenemos la sensación de que es un proceso brusco y muy rápido y nos cuesta asimilarlo. A nivel físico se producen muchos cambios y muy acelerados: crecimiento en altura y de los miembros, cambios sexuales (crecimiento de órganos sexuales, menstruación, preocupación y curiosidad por el otro sexo...), así como cambios psicológicos: vergüenza, aislamiento, actitud de confrontación ante los padres, exigencia de autonomía, etc. Toda esta evolución provoca, lógicamente, conductas insólitas, inquietantes para los progenitores, las cuales son el resultado de la incertidumbre que los adolescentes están sufriendo: se ven diferentes, no saben cuándo va a parar el proceso, lo que provoca malestar, inseguridad y falta de confianza en sí mismos.

A la vez sus padres tampoco saben cómo tratarlos. Es incómodo que te sigan tratando como a un/a niño/a cuando tú ya no te estás ¿sintiendo¿ así o que te traten como a un adulto cuando todavía no has aprendido a identificarte con ese papel. Al igual que los jóvenes, los padres también se sienten perdidos, inestables en sus reacciones. Muchas veces, la adolescencia de sus hijos los pilla en plena ¿crisis de la madurez¿ (45-55 años), en la que se sienten vulnerables o pueden estar sufriendo sus propios conflictos personales: pareja, trabajo, replanteamiento de la vida... Todo ello contrasta, y mucho, con la explosión de juventud que están viviendo los hijos.

Existen puntos comunes en los que la mayoría de padres e hijos tienen conflicto: la posible mala influencia de algunas amistades; el estudio o el inicio de la actividad profesional; los horarios de entrada y salida de casa; la participación de los jóvenes en las tareas domésticas; la paga semanal y el control de los gastos; y el consumo de drogas.

Si esto no lo negocian juntos desde el acuerdo y la comprensión, pronto aparecen las luchas entre ellos: la disciplina indiscriminada de algunos padres como medida de presión o el enfrentamiento directo del adolescente a todo lo que provenga de sus padres. ¿Cómo mejorar entonces la vida familiar? Ante todo, tranquilizarse y abrir las vías de comunicación con el hijo, si es preciso con la ayuda de un profesional. Los padres deben tener en cuenta que tienen dos tareas primordiales: una, la de dialogar, comprender, entender y negociar con ellos; pero también la de seguir poniendo los límites que necesitan para que su hijo/a no corra riesgos, pero sin dejar que esto interfiera en la relación creando situaciones de sospecha y vigilancia extrema. Por su parte, los adolescentes tienen que entender el papel de sus progenitores y ¿apoyarse¿ en ellos, tener capacidad de llegar a acuerdos, hacer el esfuerzo del diálogo y la negociación.

Más que educar ahora ha llegado el momento de relacionarse, de ver los puntos de vista de cada cual, de acordar, de observarse a uno mismo para conocer a la persona que tiene delante, ya sea hijo o padre. Para esto hace falta invertir tiempo y saber escuchar. Seguro que al final el esfuerzo habrá valido la pena y la convivencia familiar habrá mejorado.

Artículo publicado en el núm. 24 de la revista Salutmania

Escuela de familia

La adolescencia

En artículos anteriores hablábamos de las primeras fases del ciclo vital de la familia. Hoy nos ocuparemos de la adolescencia. Daremos un enfoque general de este período en el que el niño o la niña pasan a ser el muchacho, la chica adolescente. En artículos siguientes profundizaremos en cuestiones y aspectos más concretos y específicos.

Los adolescentes se mueven entre lo nuevo, lo viejo, lo permitido, lo prohibido, lo conocido y lo extraño. La vida del adolescente toma un nuevo sentido, un color distinto, un sonido desconcertante. Se inicia un cambio. Lo físico, lo emotivo y lo mental se constituyen y se estructuran de nueva forma dejando atrás el patrón de la infancia. El adolescente ante esta sorprendente variabilidad evolutiva se siente halagado pero también confundido. El adolescente se enorgullece de su crecimiento pero también se desconcierta. De ahí que el muchacho o la muchacha respondan en momentos de forma cercana y entusiasta pero, a la vez, e incluso en cuestión de minutos, se muestren alejados y bruscos. Para el adolescente no es fácil esa adaptación a sí mismo, al adolescente le va a costar comprender lo que le sucede, y ha de descubrirlo poco a poco, día a día. Con el tiempo se conocerá, tomará sus propias decisiones, elegirá los objetivos de su futuro...

Y en este proceso de transformación el adolescente convive con los padres y los hermanos. Evidentemente, en esta etapa los padres han de enfrentarse al variable, al abstracto e incluso rebelde adolescente. Y todo ello sabemos que está dentro de la normalidad del comportamiento de los chicos de esta edad pero claro, para los padres es complejo acercarse a su particular mundo. No es sencillo atender las demandas y necesidades de esta actitud tan anárquica, tan personal y tan inconstante de los muchachos.

El adolescente necesita crecer, apreciarse, definirse... y para ello ensaya, prueba, experimenta, examina, saborea, contrasta, analiza, tantea...y en ese proceso de investigación de si mismo y de la sociedad se encuentran los padres observando y controlando a su hijo desde la sorpresa, la confusión, el desconcierto, la perplejidad y la duda.

¿Qué hacer con este adolescente que rompe los esquemas anteriores y anula la autoridad de los padres olvidando las normas tan esmeradamente establecidas por ellos? Precisará de personas que aunque lo observen, confíen, personas que muestren seguridad y equilibrio ante sus "novedosas hazañas", personas que ante cualquier insólita andadura del hijo sepan transmitir orden, sensatez, calma y discreción. Los padres han de estar a su lado observando, valorando, cercanos pero no invasores, cercanos pero sin apoderarse de la intimidad tan reclamada por los adolescentes.

Los padres han de apoyar y acompañar al adolescente con prudencia y madurez. Son las figuras propicias para ofrecer ese modelo que garantice su avance en esta etapa hacia la adultez. El/la muchacho/a adolescente necesita una opinión con fuerza y consistencia para llegar a un discernimiento adecuado. Y los padres pueden ofrecérselo, no han de sentirse incapaces o rendirse en esta tarea porque los hijos precisan de la experiencia que los padres ya vivieron y conocen. Es cierto que rechazarán en más de una ocasión las sugerencias paternales prefiriendo los consejos de sus amigos y compañeros, pero aún así los padres han de seguir dispuestos a dialogar con ellos.

Sepamos escuchar a nuestros hijos, dejemos un espacio abierto, con margen para el intercambio de opiniones, con posibilidad de reconocer los aciertos y los errores. Reconozcamos la oportunidad que también nuestros hijos nos brindan en renovarnos como personas y como padres. Permitamos que los hijos adolescentes nos aporten las primicias de su investigación personal, dejemos que nos ofrezcan lo novedoso de sus vivencias, que nos proporcionen un aire fresco y vital en nuestro día a día. El adolescente es un ser en continuo cambio, intentemos entenderlo y acompañarlo.

Artículo publicado en el núm. 20 de la revista Salutmania

Escuela de familia

La rutina y los límites en los hijos

Los niños que crecen sin una rutina diaria o sin límites están continuamente buscando y probando hasta dónde pueden llegar. También se resisten a asumir responsabilidades como hacer los deberes, recoger los juguetes, quitar la mesa, etc. Muchos padres no se dan cuenta de que invertir tiempo en establecer una rutina diaria y establecer ciertas normas y límites cuando sus hijos son muy pequeños, les va a facilitar la vida familiar más adelante y a sus hijos les dará seguridad y la posibilidad de emplear su energía en juegos y actividades creativas en vez de utilizarla tratando de descubrir hasta dónde pueden llegar mediante berrinches, pataletas o desafíos.

La rutina diaria empieza a los pocos días de nacer el niño y es a través de ella como los bebés empiezan a tener cierto orden. Al principio esta rutina es muy básica y se centra en comer cada 4 horas aproximadamente, cambiarles el pañal cuando está mojado, bañarles a cierta hora y poco más. Esta constancia en el horario les va dando seguridad. Es muy importante que desde los 7-8 meses el niño intuya que la noche es para dormir y descansar. También es muy importante que los niños se acostumbren a dormir solos en su habitación desde muy pequeños (algunos autores hablan de hacerlo antes de los 6 meses). Cuanto más se tarde, más protestarán y más difícil será hacerlo. A medida que el bebé va creciendo, la rutina diaria se hará más compleja ya que se ha de incluir la hora de la siesta, del paseo, el horario de la guardería si la hay, etc.

Los primeros 2-3 años los niños son unos grandes exploradores y no ven el peligro en sus acciones. Los padres han de actuar principalmente para evitar accidentes ya que no existe una clara voluntariedad en las acciones de los pequeños, sino más bien interés por experimentar. Pero aunque los niños aún no comprenden lo que está bien y lo que está mal, se dan cuenta de las reacciones que tienen sus padres y a partir de ellas sacan conclusiones. Si un niño se tira al suelo cuando quiere algo y a veces lo consigue, lo más probable es que lo haga muy a menudo porque observa que los padres se resisten a verle patalear. Alrededor de los 3 años los niños entran en la fase del NO, contradicen todo lo que se les dice y no quieren aceptar ningún límite. Es la época de la afirmación del yo y sólo quieren hacer lo que les da la gana, pero los padres no deben permitirlo todo. Si somos muy firmes para que aprendan que no deben cruzar cuando el semáforo está en rojo, debemos serlo igual para que no tiren piedras, cuiden los juguetes, coman bien, se laven las manos o no peguen patadas. También es alrededor de los 2-3 años cuando los niños han de aprender a comer solos, acostumbrarse a probar nuevos sabores, a utilizar los cubiertos, masticar bien y mantenerse en su silla. Los niños deben asociar la hora de comer con tranquilidad. Para eso debemos comer sin televisión y no aprovechar el momento de comer para discutir.

Es muy importante que a esta edad los niños se den cuenta que existe un horario estable en casa, que hay hábitos y rutinas que se repiten cada día y que hay cosas que no se pueden hacer. Para ello los padres deben ser muy constantes y coherentes y aunque a veces resulte molesto, no ir cambiando estos hábitos y normas porque hay visitas, estamos de vacaciones, el niño se pone a llorar o ha nacido otro hijo.

Con la incorporación de los niños en la escuela, las normas y límites, especialmente si el niño no ha ido a una guardería previamente, se amplían. Aprenderán que han de permanecer sentados para hacer sus trabajos, deberán compartir juguetes y material, tendrán que recoger, entrarán y saldrán del aula de forma ordenada, deberán controlar el tono de voz, etc. El niño ha de observar coherencia entre las normas que tiene en casa y en el colegio y los padres han de entender que las normas que vienen del exterior son cada vez más importantes. Asimismo es básico que el niño asocie aprender con sensaciones de logro y superación para garantizar su motivación. Para eso hace falta minimizar sus errores y resaltar sus progresos por muy pequeños que sean.

Aunque los hábitos básicos de higiene deben haberse adquirido mucho antes (lavarse antes de comer, cepillar los dientes, ducharse) hacia los 6 años los niños deben responsabilizarse de los mismos. También deben tener asignadas tareas domésticas (poner y quitar la mesa, ordenar la habitación, etc.) y dedicar un tiempo diario para la realización de deberes. Es muy importante que los padres no hagan a los hijos las tareas que ellos ya son capaces de hacer.

Ya en la pubertad, los conflictos se centran en la adquisición de una mayor libertad para volver a casa, buscar amigos, ocupar el tiempo libre, etc. Cada familia debe tener claro cuáles son sus propios límites, pero dejando siempre un margen de confianza en los hijos para que puedan desarrollar su autonomía. Los padres deben escuchar, dialogar, persuadir y ser flexibles, pero no pueden permitir que traspasen los límites especialmente en lo referido a los hábitos de vida saludables, horarios de entrada y salida y cumplimiento de las responsabilidades.

De forma general y como conclusión diremos que no existen dos niños iguales, ni siquiera los hermanos tienen porque parecerse. Cada uno lleva su propio ritmo de aprendizaje y es más o menos vulnerable a las influencias externas. No obstante los padres deben ser coherentes y constantes en la aplicación de las normas, reconocer los logros de sus hijos, aunque sean pequeños, y nunca olvidar que educar no es una tarea sencilla.

Artículo publicado en el núm. 19 de la revista Salutmania

Escuela de familia

Normas y límites en los niños

¿Por qué las normas y los hábitos son tan importantes en la educación de los hijos?

Desde que el niño nace se hace imprescindible enseñarlo a pautar su vida y a que todos sus días se hagan iguales: los pediatras muy pronto dicen a los padres que el bebé necesita sus horas de comida, de sueño y del baño. La rutina diaria será lo que le dará seguridad y con lo que aprenderá que sus padres están siempre presentes para cuidarlo y educarlo.

Con el tiempo, las normas abarcarán otras áreas de la vida del niño, que incluirán las relaciones familiares, con los hermanos, con otros niños y compañeros, normas relacionadas con la escuela, horarios de entrada y salida de casa, etc.

En la actualidad, muchas familias no pueden llevar a la práctica el deseo de tener varios hijos ya sea por cuestiones de trabajo, económicas o familiares; esto hace que nuestros hijos sean niños muy deseados que van a vivir en una sociedad con muchas oportunidades, pero también muy competitiva y consumidora, lo que lleva al convencimiento de los padres de que deben darle a su hijo lo mejor, todo lo que pide. Con ello, es posible que "tranquilicemos" nuestra conciencia respecto a otras cosas: el poco tiempo que podemos pasar con él o ella debido a nuestro trabajo o nuestros problemas, el no querer darle a nuestro hijo la misma educación autoritaria que nosotros tuvimos... Aunque sepamos que detrás de una educación excesivamente permisiva empiezan a aparecer dificultades.

Lo ideal es poder compaginar la disciplina con el amor y el afecto ( y demostrarlo continuamente); dedicar "buen tiempo" para nuestros hijos aunque este sea escaso pero sí constante y mantener unas normas de convivencia en la casa que permitan la buena relación de los que viven en ella.

Este proceso parece fácil pero esta lleno de dificultades, comenzando por la inseguridad de los padres: "¿lo estaré haciendo bien?", "¿estaré siendo demasiado duro?", "me odiará mi hijo el día de mañana"..., y acabando con la respuesta de los hijos a la fijación de límites: rabietas, lloros, violencia, desafíos, malos comportamientos, que contribuyen a que en casa se cree un ambiente de tensión propicio para que aparezcan otras dificultades: discusiones con la pareja, con familiares cercanos (abuelos, tíos...), tensión en el trabajo, etc. Todo ello ayuda a dificultar más la relación entre padres e hijos y a que muchas veces los padres se vean impotentes para establecer la situación de control y ayuda que se necesita en todo hogar.

Es entonces cuando ha llegado la hora de comenzar el trabajo duro para conseguir un equilibrio en la relación padres-hijos. Los padres deben, ante todo, amar, educar, ayudar, enseñar y controlar a sus hijos. Todo ello con respeto. Los hijos deben amar, ayudar, obedecer y respetar a sus padres.

Si dejamos en manos de nuestros hijos pequeños la decisión de qué normas han de cumplirse en casa empezamos a establecer una relación con ellos desigual y desequilibrada en la que personas no preparadas para ello están tomando decisiones muy importantes para la convivencia familiar y para su futuro. Reequilibrar esa relación será tarea de los padres a los cuales orientaremos sobre ello en el próximo número de SALUTMANIA.

Artículo publicado en el núm. 18 de la revista Salutmania

Escuela de familia

Normas y límites en los niños

Aprovechamos este espacio para explicar la importancia de la imposición de normas y el marcaje de límites en los niños.

Los padres de hoy consideran la libertad como punto clave para el crecimiento de sus hijos y les resulta complejo congeniar la disciplina con la permisividad. La cuestión surge en cómo compaginar la disciplina y la autoridad hacia los hijos sin sentirse "culpables".

Los niños en su crecer necesitan pautas que les guíen en su comportarse. El cumplimiento de las normas permitirá a los niños comprender el camino a seguir, entender el funcionamiento de la sociedad. Desde la consecución de las reglas familiares y sociales se alcanza el respeto, la tolerancia, el orden y la seguridad personal.

Si bien los niños aprenden normas desde la escuela y en su interacción con otros niños y adultos, son los padres la primera y principal referencia para el aprendizaje de estas pautas y es la etapa infantil el mejor momento para la adquisición de las mismas. Los padres son el espejo, el modelo a imitar, los hijos aprenden de sus reacciones, de sus acciones, de su comunicarse... y por ello han de ser consecuentes con esa influencia espontánea y clara que surge en la convivencia familiar.

Las normas marcadas por los padres son las "pistas" para los hijos poder diferenciar lo correcto de lo incorrecto, con ellas reconocerán el camino a seguir, y aunque se muestren reacios o rebeldes en el momento de cumplirlas las precisan y es necesario que las respeten. Los límites propuestos por los padres proporcionan a los hijos seguridad en su actuar, para ellos son necesarios y en el fondo les agrada y confían en ese mandato paternal.

Aunque los padres puedan sentirse incómodos o molestos por exigir a los niños han de tener muy en cuenta que el marcar pautas es la demostración más clara del afecto y del cuidado de los padres hacia los hijos. Y es en la infancia cuando corresponde dejar constancia de esta necesidad, ya en la adolescencia y en la juventud los hijos elegirán y decidirán por sí mismos, consolidando lo aprendido y transformando lo que no consideran favorable y provechoso.

El marcar las normas a los hijos ha de realizarse desde la calma, con claridad, en un ambiente tranquilo con el fin de que el niño entienda la necesidad de la misma. Una norma propuesta con gritos o enfados no será bien recibida y no tendrá el efecto esperado, sin embargo si la proponemos con sosiego será aprendida y aceptada con facilidad.

Por otra parte, la firmeza en el marcaje del límite es significativa, no podemos proponer una regla hoy y mañana dejarla pasar. En muchas ocasiones los padres por no escuchar el llanto del niño se rinden y dejan de exigirle, claudican ante el "berrinche" del pequeño y de alguna manera se pierde la fuerza que el adulto ha de mostrar. Es pues importante proponer pocas normas pero con entereza y serenidad.

Asimismo, la unificación de criterios de ambos padres en la puesta en acción de las reglas de la familia es esencial porque es una forma de asegurar la solidez de los mismos. Si el niño percibe que el padre es más fácil de convencer que la madre, será hábil y utilizará esa particularidad para beneficiarse en cuanto pueda. Hemos de tener en cuenta que los niños son inteligentes y conocen muy bien a "sus progenitores".

Los hijos requieren unos padres que les aporten la calidez, la ternura y el cuidado y todo ello no está reñido con el proponerles unas normas para la convivencia, unas reglas que les mantenga entre el orden y la responsabilidad. El niño descubrirá con todo ello a unos padres seguros, creíbles y con capacidad de comprenderles y escucharles.

Artículo publicado en el núm. 16 de la revista SALUTMANIA

Escuela de familia

Educar a los hijos

La primera pregunta que nos podemos hacer referente a la educación de los hijos es ésta: ¿qué es educar? ¿en qué consiste? Educar es un proceso por el cual los padres tienen que preparar a sus hijos a que puedan valerse por sí mismos. Normalmente, esta educación se basa en la experiencia que han tenido los padres tanto de sus propios padres como de otros agentes sociales (escuela, familia, trabajo, amigos, etc.).El ejemplo que los padres den a los hijos es primordial ya que, sobretodo en los primeros años, los niños van copiando de los modelos que tienen más cerca. Estos deberán intervenir en las tareas necesarias que realicen los niños: comer, dormir, relacionarse, ir a la escuela, respetar las normas y a los demás, etc.). En estos temas, los padres ejercerán mayor control que en otros más secundarios, como si llevan el pelo como a ellos les gusta o la ropa que elijan para vestir.Cada edad es diferente, pero todas tienen en común la necesidad de límites en los niños para poder llegar a ser responsables y aprender a controlarse ellos mismos.La disciplina es primordial pero nunca ha de confundirse con castigos indiscriminados o maltratos. Enseñar disciplina es ayudar a que los niños tengan normas y reglas de conducta que les ayuden a obtener hábitos de vida saludables y positivos. La disciplina hay que aplicarla diariamente y de forma progresiva al crecimiento de los hijos, exigiendo más normas a medida que el menor crece.Una educación que tenga por igual ingredientes de disciplina y normas y comprensión y amor, formará a personas sanas, equilibradas y respetuosas con los demás.Las normas deben ser claras y el niño debe ser capaz de entenderlas para que pueda colaborar y las cumpla. No obstante, algunas deben ser innegociables: horarios de entrada y salida de casa, horarios de comer y de dormir...Muchas veces ocurre que a los niños les cuesta mucho aceptar los límites que sus padres les ponen y tienden a incumplirlos, pero en el fondo se alegran de saber que tienen unos padres que están pendientes de ellos guiándolos por el camino correcto, ya que de otra manera se encontrarían perdidos y solos.Los padres no deben ser ¿colegas¿ de sus hijos, que todo lo consienten para no perder su amistad. Los padres deben ser firmes y mostrar lo que está bien y lo que les puede causar mal (aunque los hijos se quejen), de forma que crezcan y se socialicen, que aprendan a vivir en sociedad siendo personas responsables y autónomas.Las normas, por tanto, deben ser estables y no ir cambiándolas según la conveniencia o estado de ánimo del progenitor.A muchos padres les hace gracia algún comportamiento de su hijo en un momento determinado (ensuciarse, no querer ir a la cama, contestar...) y en otro momento se convierte en objeto de castigo. Cuando esto pasa, al niño le cuesta comprender por qué lo ha hecho mal la segunda vez y no puede entender a qué es debido el castigo. Si una acción del chico es incorrecta, ha de corregirse independientemente del estado de humor de los padres. Además, siempre es positivo que el padre explique el castigo y/o el premio, ya que de esta forma el hijo interiorizará mejor la norma.Los dos padres deberán estar siempre de acuerdo con el establecimiento de las normas. Eso implica haberlo hablado antes entre ellos y tener un objetivo común en lo que respecta a la educación de los hijos.Si el hijo ve que sus padres discuten delante de él una norma que ha impuesto uno de ellos, lo aprovechará para hacer lo que le convenga y posiblemente elija lo menos beneficioso para él.Los padres pueden aprovechar el desacuerdo del hijo a una norma para dialogar con él y hacerle comprender su postura, enseñándole a negociar las cosas que el niño quiera conseguir.Todo lo dicho marcará el comportamiento del menor en la futura adolescencia, la etapa más conflictiva en la relación de padres e hijos, donde las posturas se diferencian más y se complica la capacidad de los padres para dar respuestas a lo que los hijos reclaman.

Artículo publicado en el núm. 15 de la revista SALUTMANIA

Escuela de familia

La infancia

En el artículo del mes de septiembre analizábamos el cambio que para los padres supone el nacimiento del primer hijo. Allí hablábamos de cómo el sistema familiar ha de adaptarse en su funcionamiento general para incorporar al niño en este nuevo núcleo de convivencia. El niño precisará a lo largo de su crecimiento de cuidados básicos, de afectos y de normas que sustenten su infancia.Denominamos Infancia al periodo comprendido desde el nacimiento del niño hasta su pubertad (0 a 11 años aproximadamente). Este amplio rango de edad abarca numerosos cambios tanto físicos como psicológicos en el niño. Afortunadamente, estos cambios se producen de forma gradual lo cual permite a los padres y familiares cercanos ir acompañando el crecimiento de su hijo y ayudándolo en la formación de su personalidad. En su crecer el niño irá pasando del apego, de la dependencia afectiva a los padres, a la autonomía en su desenvolverse. Este apego a los padres en los primeros años de la infancia le proporcionará la seguridad y los recursos personales necesarios para enfrentarse a situaciones posteriores y contextos distintos a los familiares, como son la incorporación a la guardería o al colegio. El niño aprenderá a manejarse en nuevas relaciones sociales como los amigos de la escuela, los maestros, los vecinos y adultos cercanos a su vida cotidiana e influyentes para él...Desde el nacimiento, desde los primeros cuidados, el niño está acompañado de sus padres; en la infancia los padres son la referencia máxima, el modelo a seguir que el niño dispone. Aprenderá todo cuanto el padre y la madre le ofrezca, de ahí la importancia que en esta etapa posee la actitud y la forma con que los padres se relacionan con él. Con su ayuda, adquirirá los hábitos básicos elementales de aseo, de alimentación, de sueño, de control de esfínteres. Podrá entender la importancia de las normas, de la disciplina. El niño, con la educación de los padres, irá creciendo y desarrollándose adecuadamente. Muchas veces los padres se sienten incapaces o no preparados para afrontar la responsabilidad y el compromiso que educar a un hijo supone, pero es importante comprender que no existen fórmulas mágicas ni recetas educativas que aseguren una educación perfecta, por tanto los padres han de sentirse instrumentos valiosos para facilitar ese crecimiento al niño. En su edad temprana, los padres son el espejo en el cual los niños se miran para formar su personalidad, razón por la cual es necesario que el niño pueda tener experiencias positivas con ellos y que su relación sea abierta y de respeto mutuo.Ambos padres han de acordar la educación que quieren para sus hijos y ser consecuentes con ella. Aún así irán surgiendo dificultades para afrontar, pero estas contrariedades se harán más factibles si ya cuentan con unas ideas claras y con la confianza de sus hijos.Por todo ello es necesario que los padres combinen la autoridad y la disciplina con la ternura y el amor hacia sus hijos, que las orientaciones e instrucciones dadas sean coherentes y estables y no dependan del estado de humor o de ánimo en el que se encuentren en esos momentos.Teniendo en cuenta todo lo plasmado será más sencillo enfrentarse a la dura y diaria tarea de educar a unos hijos responsables y respetuosos. No olvidemos que los niños y las niñas que estamos educando en el presente serán quienes lleven las riendas no sólo de su propio futuro sino también de toda la sociedad.

Artículo publicado en el núm. 14 de la revista SALUTMANIA

Escuela de familia

El nacimiento del primer hijo

El nacimiento del primer hijo inaugura la segunda fase del ciclo vital de las familias. Es una etapa que comporta muchos cambios y adaptaciones tanto a nivel organizativo como emocional y de sentimientos entre los dos miembros de la pareja hacia el hijo que acaban de tener.Con el nacimiento del hijo queda claramente establecida la prioridad de la familia nuclear sobre la familia de origen. Además, se consolida la relación de pareja de los padres, los cuales deberán mantenerse muy unidos y equilibrar sus ritmos de vida para poder acomodarse a las necesidades del nuevo miembro de la familia.A medida que el hijo crece se imponen a los padres demandas que deben cubrir. Estas demandas suponen cambios en su sistema familiar de relaciones, en los horarios, trabajo, etc.Un hijo da muchas satisfacciones y alegrías a la pareja, pero también grandes preocupaciones y dudas de todo tipo: cuando está enfermo, su educación, su comportamiento, etc.Al principio, las funciones de los padres están centradas en la alimentación y los cuidados del hijo; más tarde, el control y la orientación cobran más importancia. Cuando el hijo está llegando a la adolescencia, lo que quieren los padres entra en conflicto con las necesidades del hijo.La relación de paternidad se convierte en un proceso de acomodación mutua. Los padres deben proteger y orientar a la vez que también deben controlar y decir que no. Y los hijos no pueden crecer ni individualizarse sin mostrar rechazo a las normas .El buen funcionamiento en este aspecto supone que tanto los padres como los hijos aceptan que la autoridad es necesaria y que hay que aprender a negociar. Y esto es primordial que se aprenda lo antes posible ya que será la clave para las relaciones futuras con los hijos y para solucionar las dificultades que puedan surgir.Los dos padres deben sentirse apoyados mutuamente y actuar de forma consensuada delante de los hijos.Además, la pareja necesitará establecer un límite que permita al hijo el acceso a sus padres pero que al mismo tiempo le excluya de las relaciones conyugales, para que se mantenga al margen de las cuestiones de los padres y estos puedan cuidar la relación de pareja. Este límite, no obstante, debe ser flexible y permitir que, a veces, tanto los hijos como otros miembros de la familia se impliquen en algunos asuntos familiares.

Artículo publicado en el núm. 12 de la revista SALUTMANIA

Escuela de familia

Día internacional de las familias

El día 15 de mayo se celebra el Día Internacional de las Familias. La familia evoluciona paralelamente a la sociedad a la que pertenece y responde a las exigencias que la sociedad actual demanda. La familia es la base del futuro, ha de integrar y transmitir los valores y los principios esenciales de nuestra sociedad. Podemos entenderla como ¿motor¿ y ¿filtro¿ de todo cuanto nos llega. Motor por ser generadora de aquello que estimamos necesario para la convivencia: el respeto, la tolerancia, el afecto, la honestidad...Y filtro por ser selectiva en aquello que consideramos inadecuado en la evolución del ser humano: el rechazo, la incomprensión, el odio, la violencia...

La familia ha de fomentar en sus componentes la importancia del conocimiento y de la cultura, la trascendencia de los valores fundamentales, la necesidad del disfrute de la naturaleza, la validez de la formación, el beneficio del progreso... La familia ha de permitir a los suyos crecer en autonomía y beneficiarse de todo cuanto la vida ofrece.

Como ejemplos de definición de familia encontramos: ¿conjunto formado fundamentalmente por una pareja y sus hijos y en sentido más amplio también por las personas unidas a ellos por parentesco¿. O bien ¿conjunto de todas las personas unidas por parentesco de sangre...¿.

Estas descripciones, sin embargo, en la actualidad precisarían de puntualizaciones en su concepto dado que la familia del siglo XXI deja de ser una estructura única para pasar a conformar una combinación de distinta morfología: familias monoparentales, adoptivas, reestructuradas, de acogimiento, con parejas del mismo sexo, con parejas de distintas culturas, de diferentes religiones...

Este cambio en la estructura familiar no ha de suponer un obstáculo sino un enriquecimiento para los miembros de la misma siempre que se asienten unas bases y unas normas de convivencia óptimas.

Actualmente los cambios sociales se producen de forma muy rápida y estos cambios requieren de las familias la flexibilidad y la disponibilidad necesarias para afrontar y encararse a las dificultades emocionales y sociales que surjan, sin perder de vista su función principal, la de apoyo a sus componentes en su proceso de crecimiento y adaptación social.

Teniendo en cuenta que la familia siempre ha experimentado cambios paralelos a los que han ido surgiendo en la sociedad, podemos determinar que los dos objetivos primordiales de la familia son, por una parte, la protección de sus miembros, y por otra la acomodación y la transmisión de la cultura social.

La familia continuará con un cambio constante, pero también persistirá como institución, ya que constituye la mejor unidad humana para una sociedad basada en el crecimiento y en el desarrollo.

Artículo publicado en el núm. 11 de la revista SALUTMANIA

Escuela de familia

La formación de la pareja

Para la mayoría de los ciudadanos, la familia es el valor más importante, por delante de otros como el trabajo, los amigos, el deporte, la música, la política, etc.

La familia se crea a lo largo de los años y tiene un principio y un final. La familia es heredera de generaciones anteriores y a partir de ella se forman familias nuevas.

Una familia comienza con la formación de la pareja: dos personas con un vínculo afectivo y con unos intereses personales, profesionales y sociales comunes, con un funcionamiento y con unas características heredadas de la propia experiencia en las familias de cada uno.

La familia, con el paso el tiempo, va atravesando unas fases que conforman el llamado ciclo vital. La formación de la pareja es la primera fase de este ciclo, que se empieza siempre con optimismo e ilusión respecto al futuro y a las dificultades que surgirán en su historia de vida.

Es en este periodo cuando la pareja debe esforzarse para convertirse en una familia independiente de las anteriores, con un funcionamiento autónomo y libre. La pareja habrá de establecer fronteras y límites que separen sus relaciones de las dos familias de origen (padres y hermanos), de los amigos, del trabajo... Y también establecer reglas de funcionamiento propias (distribución de tareas, asignación de espacios, horarios, etc.).

Esta organización y dinámica relacional interna puede producir tensiones que la pareja tendrá que solucionar negociando con los miembros familiares y manteniéndose firmes en sus convicciones, comprometiéndose con las normas que han de regir la vida familiar.

Si no es así y no logra asumir sus compromisos, aparecerán las dificultades: aburrimiento con las rutinas diarias, desconfianza, actuar de forma totalmente autónoma con respecto al otro, discusiones por la frecuencia en los contactos con las familias de origen, etc.

Si los pactos y los compromisos funcionan con flexibilidad, la pareja evolucionará hacia un crecimiento ordenado y enriquecedor. La pareja ha de sentirse libre para mostrar afectos, ha de ser capaz de comunicar todo aquello que le agrada y todo lo que le preocupa. Escuchar, acompañar, afrontar y comprender han de estar presentes en la relación. Y es así cuando la pareja estará preparada para mirar al futuro, para planificar el tener el primer hijo. Con el nacimiento de este hijo comenzará la siguiente etapa del ciclo vital de la familia.

Escuela de Familia es una sección elaborada por el SEAFI de Vila-real

Tel. 964 524 800 ¿ serveissocials@ajvila-real.es 

Artículo publicado en el núm. 10 de la revista SALUTMANIA

En el mes de octubre de 2004 se puso en marcha en Vila-real el Servicio Especializado de Atención a la Familia y a la Infancia (SEAFI), un servicio municipal subvencionado por la Consellería de Bienestar Social.

El SEAFI se dirige a familias que necesitan orientación y acompañamiento en cualquier momento de su evolución: en la formación de una nueva pareja, el nacimiento de un niño, el desarrollo de los hijos, el cuidado de los abuelos, la muerte de algún miembro de la pareja o familiar próximo y también en momentos en que las relaciones se tornan problemáticas y conviene establecer criterios para intervenir en los conflictos de pareja.

Estas situaciones nuevas o imprevistas para las familias pueden producir crisis o dificultades de relación entre sus miembros, siendo más fáciles de superar con una intervención profesional.

El objetivo principal de la intervención familiar desde el SEAFI es aliviar la angustia de la persona o personas que están viviendo las dificultades, dotándoles de habilidades emocionales para resolver sus conflictos y situaciones de inestabilidad, favoreciendo la comunicación, la comprensión y la dinámica relacional familiar.

A veces las familias pasan por situaciones de ansiedad, de dolor, de estrés. Si estos niveles de conflicto son excesivos, la familia no puede crecer correctamente y aparecen dificultades en sus miembros en la escuela, en el trabajo, con los amigos...

Es cuando se hace necesario consultar o buscar a alguien que pueda orientarlos.

La familia es una institución que educa, cuida y ayuda a sus miembros contribuyendo al desarrollo de la sociedad. Por ello es esencial que las familias cuenten con ayuda profesional para favorecer y facilitar el bienestar de todos los que la componen de una manera satisfactoria para todos. En el SEAFI de Vila-real trabajan tres profesionales, que atienden a la población a nivel individual, familiar y mediante un grupo de terapia.

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